Abuelo...

Recuerdo a un viejo,
que se despertaba ayudando
al Sol a levantarse
y con un tango en la voz.

Tenía las manos duras,
pero expertas en muchas artes,
como fierros, pan, asados y cuecas,
y en otras muy ignorantes.

Nunca me importó ver
todas sus pequeñas limitaciones,
porque siempre tuvo algo,
muy importante, para enseñar.

Recuerdo la casa de ese viejo,
en las faldas de un cerro,
ahí conocí llantos y alegrías...
ahí aprendí mi silencio...

Aún escucho sus pasos
y el sonido de sus bolsillos,
llenos de sueños para regalar
y de sonrisas para pintar.

Todavía siento sus rudos abrazos,
que me inundaban de una ternura,
que sólo él sabía dar
con la fuerza de su luz.

Recuerdo que ese viejo
eras tú, mi Abuelo...
nunca compartí un vino contigo,
pero si la alegría de tu rostro,
tu mirada transparente
y tu blanca bondad,
nunca quise decirte adiós
no supe...
y no sé cómo hacerlo,
porque vives en mí...

(FE-2010)