En nuestro recorrido por la vida nos vamos fijando diferentes metas, que buscan ser una materialización de nuestros sueños.
Estas metas deben estar alineadas con una gran meta final, que nos permita avanzar hacia nuevos recorridos, para seguir buscado aprendizajes y conocimientos cada vez más puros.
Solemos ver a esa gran meta final como la muerte, lo cual, nos lleva a sentir la vida como una carrera donde la meta nos persigue, produciéndonos mucha angustia, dado el miedo que nos genera el mirarla, ya que nuestra cultura (occidental) se basa en evitarla, en vez de habitarla, de hacerla nuestra, para desde ahí poder reconocer a ese ser luminoso y libre que realmente somos.
La gran meta final debiéramos vestirla de nuestra máxima felicidad y para ello sólo el total desapego a la vida y a la muerte nos lo permitirá.
El desapego a la vida no significa descuidarla, sino otorgarle todo el respeto y protección que debe tener, debemos honrarla, pero no atarnos a ella, porque es en ella donde lograremos nuestro auto-conocimiento y evolución, construyendo nuestros caminos fundados en el amor y la compasión, desde la verdadera liviandad de nuestra sutil energía.
El desapego a la muerte no es otra forma de evadirla, sino que simplemente de colocarla en su justo lugar, como un momento de descanso, reparación y reconexión con el silencio, para continuar con la vida, como el ciclo del día y la noche.
Dos puntos mirados desde lejos se ven como uno solo, así el desapego nos mostrará que tanto la vida como la muerte son lo mismo... nosotros mismos...
(FE-2015)
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