Cuánta ilusión hay tras el anhelo de que podamos todos convivir bajo el alero de la misericordia y la compasión.
Límites y fronteras no serían necesarias, porque no tienen sentido de existir cuando entiendes que todos somos una manifestación y extensión del Todo.
Entonces, cuál es el fin de querer confinar el Todo, sólo una falsa seguridad fundada en las nubes del control.
Control que no tiene control, porque fluye con otros ritmos, en otras vibraciones y en muchas dimensiones simultáneamente.
Es paradójico que para sentirnos libres nos dediquemos constantemente a construir muros de las más diversas formas, tamaños, colores y olores.
Somos distintas manifestaciones del Todo, por lo que la única forma de acercarnos a ese maravilloso y divino Todo es estando juntos, en comunión con nuestros sentidos, materiales e inmateriales, volviéndonos uno solo en el Todo.
El ego nos fracciona para poder aprender a reconocernos como piezas únicas, suficientes y necesarias, del gran puzzle del Todo, donde todos esos seres queridos que van apareciendo en el camino son también las piezas que en conjunto van armando una imagen mayor del Todo para atraer a otros en la construcción del gran puzzle.
La ilusión del control embriaga a nuestro ego con el poder, generando movimiento, o más bien estancamientos en los movimientos evolutivos, pero que son necesarios para intensificar nuestro trabajo en pos de esa comunión de todas las almas y no caer en otro tipo de ilusión que es la del ego-espiritual, un falso control del propio ser, que realmente se olvida de sí mismo y de los demás, antes de cumplir totalmente su misión de servicio en esta vida, en este plano.
Queda mucho por construir, falta anclar mucha luz en la Madre Tierra para el despertar de los Seres Humanos, así que no perdamos el rumbo hacia la única energía que nos une y eleva, el Amor.
(FE-2016)
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