En la atención al momento presente se cruzan los aromas de la impermanencia, que en la ausencia de una mente gentil con su entorno, genera clambres en la respiración, colocando la ansiedad por sobre compasión, así los pensamientos se ahogan en una espiral de tiempo donde se confunde el arriba con el abajo, o el adentro con el afuera.
En esa confusión el Ser se ancla a una false seguridad de lo material, que sólo es un reflejo en otra dimensión de la impermanencia, es decir, una realidad construida con la ilusión de que los lazos entre cada infinitesimal de energía son fuerzas impenetrables e indivisibles.
El momento presente se conjuga con la danza de las estrellas, donde el cuanto relativo entre las miradas de uno con el otro, no alcanzan a verse en el reflejo del espejo que va guardando y comunicando los mensajes pintados en el éter, espectro puente entre cada inhalación y exhalación de cada célula de nuestro cuerpo, que se acompasan para la armonía del estar en el Ser.
Esa melodía se descompone para conjugarse con las miradas despiertas en un horizonte más allá de los ciclos del sufrimiento en las sombras del ego descontrolado por la prepotencia de una visión miope del bien común, donde no se logra maximizar los estadios de la felicidad.
La mente debe ser capaz de sobreponerse a la incertidumbre de la impermanencia, para lograr esa trascendencia que busca el equilibrio del Ser... equilibrando sus focos y polos energéticos... filtrando los ruidos de frecuencia para la perfecta sincronías de la mente con el cuerpo y el alma...
(FE-2019)
No hay comentarios:
Publicar un comentario